domingo, 25 de noviembre de 2012

Recolectores de Guano


El peor enemigo no es el olor, ni el calor ni el agotamiento. Como nos explicó Domingo León el peor enemigo es el polvo, se pega en las cejas, les cubre la nariz y las mejillas hasta convertir el rostro en una rígida máscara.



El precio creciente de los abonos sintéticos ha devuelto atractivo al guano. Unos trabajadores recolectan este estiércol de aves marinas en la isla Guañape Norte, frente a la costa de Perú.



El auge mundial de las materias primas ha llegado a esto: hasta el guano, el estiércol de ave que fue centro de un enfrentamiento imperialista en altamar en el siglo XIX, vuelve a tener una fuerte demanda.


El aumento de precios de los abonos sintéticos y los alimentos orgánicos están trasladando la atención al guano, un abono orgánico que antes se encontraba con abundancia en ésta y en otras 20 islas de la costa peruana, donde el clima excepcionalmente seco conserva las defecaciones de aves marinas como el cormorán guanay y el pájaro bobo peruano.



En las mismas islas en las que miles de convictos, desertores del ejército y siervos chinos morían recogiendo guano hace siglo y medio, equipos de jornaleros quechuas procedentes de las montañas escarban ahora para sacar el estiércol del duro suelo y lo meten en barcas que lo transportan al continente.

“Estamos recuperando parte del último guano que queda en Perú”, explica Víctor Ropón, de 66 años, capataz de la provincia de Anchash, cuya piel curtida refleja los años que lleva trabajando en las islas del guano, desde los 17.



“Podrían quedar unos 10 años de reservas, quizá 20, y después se habrá agotado por completo”, se lamenta Ropón, en referencia a los temores de que la población de aves marinas esté abocada a disminuir drásticamente en los próximos años. Es un pequeño milagro que haya todavía guano, gracias a un siglo de esfuerzo elogiado por los biólogos por constituir un raro ejemplo de explotación sostenible de un recurso.

A medida que se endurece el debate sobre si la producción mundial de petróleo ha alcanzado su punto máximo, la historia del guano podría ofrecer una parábola, con su traición marítima, el desarrollo de alternativas sintéticas en Europa y un desesperado esfuerzo en la zona por evitar que los depósitos se agotaran.




“Antes había petróleo, había guano, y por supuesto se desataban guerras para controlarlo”, dice Pablo Arriola, director de Proabonos, la empresa estatal que controla la producción de guano, en relación a conflictos como la Guerra de las Islas Chincha, en la que Perú impidió a España recuperar el control sobre las islas productoras del guano. “El guano es una empresa muy deseable”.

Es también una empresa innegablemente agotadora desde la perspectiva de los trabajadores que anualmente migran a la isla para recolectarlo. Los jornaleros se levantan antes del alba para escarbar el endurecido guano con palas y azadones.



Muchos van descalzos, y cuando se cambia de turno, poco después del mediodía, tienen los pies y las pantorrillas cubiertos de estiércol. Algunos se tapan la boca y la nariz con pañuelos para evitar respirar el polvo de guano que, por suerte, es casi inodoro, aparte de un ligero olor a amoniaco.

“No es una vida fácil, pero yo la escogí”, comenta Bruno Sulca, de 62 años, que supervisa la carga de las bolsas de guano en la isla Guañape, frente a la costa norte de Perú. Sulca y otros trabajadores ganan unos 400 euros al mes, más del triple de lo que cobran los trabajadores manuales en las empobrecidas zonas montañosas.



El comercio de guano de Perú se mantiene quijotescamente después de casi agotarse por el exceso de explotación. Probablemente nunca vuelva a protagonizar un auge tan intenso como el del siglo XIX, cuando los depósitos tenían 50 metros de espesor, y los beneficios de la exportación suponían la mayor parte del presupuesto nacional.

En la mayoría de las islas, incluida la de Asia, situada al sur de la capital, Lima, el guano alcanza menos de 30 centímetros. Pero el que queda aquí es codiciado si se observa en el contexto del frenesí que en Perú y en el extranjero provocan fertilizantes sintéticos como la úrea, cuyo precio se ha duplicado en este último año.



“El guano tiene la ventaja de estar libre de sustancias químicas artificiales”, explica Enrique Balmaceda, productor de mangos orgánicos en Piura, una provincia del norte de Perú. “El problema es que no hay suficiente para cubrir la demanda, ahora que nuevos productos como los plátanos orgánicos compiten por el que hay disponible”.

Eso explica por qué Perú pone tanto empeño en conservar el guano que queda, un esfuerzo que data de hace un siglo, cuando el país creó la Compañía Administradora del Guano y nacionalizó las islas, algunas de ellas controladas por los británicos, para impedir que se extinguiera la producción.

Desde entonces, el Gobierno de Perú restringe la recolección a unas dos islas al año, para permitir que los excrementos se acumulen. Los administradores del guano mantienen vigilantes armados en cada una de las islas, para proteger a las aves.

“Los pescadores son los que más daño causan”, explica Rómulo Ibarra, de 40 años, uno de los dos vigilantes estacionados en la deshabitada isla de Asia. “Cuando se aproximan a la isla, los motores asustan a los guanays”, dice, en referencia al preciado cormorán guanay. “Y en altamar, los barcos de pesca capturan anchoeta, algo que no podemos controlar”.

La anchoveta, un pez de unos 15 centímetros, perteneciente a la familia de la anchoa, es el principal alimento de las aves marinas que dejan sus excrementos en estas áridas islas. El mayor temor de los recolectores de guano es que las flotas comerciales agoten los caladeros, utilizados cada vez más como pienso de pescado para aves y otros animales, ahora que en Asia crece la demanda de productos cárnicos.

Aunque en los últimos dos años la población de aves ha aumentado de 3,2 a 4 millones, sigue siendo una cifra insignificante en comparación con los 60 millones que había en el momento culminante de la primera fiebre del guano. Enfrentados a un descenso de los bancos de anchoeta, los directivos de Proabonos se plantean paralizar las exportaciones de guano para garantizar el abastecimiento interno.



Uriel de la Torre, biólogo especializado en la conservación del cormorán guanay y otras aves marinas, teme que a no ser que se tomen medidas para impedir la sobrepesca, tanto las anchoetas como las aves marinas puedan extinguirse antes de 2030. “Sería una conclusión poco gloriosa para algo que ha sobrevivido a guerras y a otras locuras humanas”, opina. “Pero éste es el escenario al que nos enfrentamos: el fin del guano”.

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